BAHÍA PORTETE
BAHÍA PORTETE
Bahía Portete se encuentra al norte del departamento de La Guajira, Caribe continental colombiano y está ubicada entre el cabo de la Vela y Punta Gallinas. Cubre una superficie aproximada de 125 km2 alcanzando unos 13 km de diámetro aproximadamente y está comunicada con el mar abierto por una boca de dos kilómetros de ancho. En términos generales, es una bahía muy somera, en promedio cuenta con nueve metros de profundidad, con un mínimo de tres y un máximo de 20 m.
Se encuentran formaciones coralinas concentradas sobre los costados sur y occidental de la bahía, las cuales se desarrollan desde el nivel medio de la marea hasta los cuatro metros de profundidad. El litoral se encuentra bordeado por bosques de manglar y los pastos marinos se desarrollan a lo largo de la costa, en su mayoría de forma mixta. La población humana en la bahía está en su mayoría conformada por rancherías de indígenas Wauyuú, según la información del DANE (2005) para Portete existen aproximadamente 20 poblados (Rancherías), con un total aproximadamente de 500 personas, sin embargo el número de habitantes ha variado en consecuencia al desplazamiento por la violencia. Esta comunidad resalta algunos actos culturales y religiosos dirigidos a deidades femeninas, las cuales están asociadas a las zonas de sequías y vientos; dichos lugares son denominados sitios Pulowi o Pulouv, también conocidos como sitios de pagamento. La economía de los Wayuú se basa principalmente en las actividades pecuarias, especialmente al pastoreo de cabras, debido a su adaptación a la vegetación xerofítica característica de la región. Así mismo, aunque la pesca tiene importancia económica para los indígenas que viven cerca de la costa, es considerada una labor de clase pobre y de menor jerarquía según los Wayuú que residen en el interior de la bahía. En cuanto al sector minero, se ha reconocido un sector especial para que los Wayuú exploten de forma tradicional las salinas. Además de las actividades ya mencionadas, hoy por hoy la explotación de la industria del carbón se ha abierto como polos de atracción económica para muchos indígenas. Dentro de bahía Portete se encuentra el puerto minero Puerto Bolívar, situado en la punta sur de la boca de la bahía, a 150 km al norte de la mina de “El Cerrejón” zona norte.


BAHÍA PORTETE: MUJERES EN LA MIRA
Los dolorosos hechos ocurridos en la Guajira en abril del 2004 conocidos como la masacre de Bahía Portete constituyen el evento histórico más traumático sufrido en los últimos doscientos años por los miembros del milenario pueblo wayuu. Los sangrientos actos efectuados por los paramilitares contra inermes mujeres indígenas con la colaboración y probablemente con la participación activa de miembros de las fuerzas armadas colombianas han tratado de ser negados, tergiversados y por ultimo banalizados desde las esferas oficiales. Por haber sido realizada cuando se llevaban a cabo las conversaciones de paz en Ralito y por las múltiples muestras de depravación de sus perpetradores, debería avergonzar a quienes en los últimos ocho años han dirigido el estado colombiano.
El silencio deliberado sobre esta masacre es parte de una política de olvido entendida como la abolición pura y simple de un pasado reciente de inhumanidad. Abolir este pasado es también eliminar la posibilidad de reparar a las víctimas y juzgar a sus verdugos. Como lo ha afirmado el filósofo Alfredo Gómez Muller en su particular construcción de la idea de paz y reconciliación, los perpetradores asocian el olvido a la paz y, simétricamente, la memoria a la guerra y la violencia.
Como parte de su misión institucional el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación dará a conocer tres nuevos informes que revelan lo ocurrido en las masacres de La Rochela, Bojayá y Bahía Portete. Es el primer informe público que reconstruye en detalle estos hechos basándose en una minuciosa investigación de campo y dentro de un apropiado contexto explicativo. El informe hace posible que el país y la comunidad internacional conozcan una dimensión del conflicto colombiano hasta ahora ignorada.
El Informe es certero al entender la razón paramilitar por fuera de su contexto convencionalmente justificatorio de lucha contra las Farc .El área en donde se cometieron los hechos es un resguardo indígena en donde no se encontraban poderosos hacendados y ganaderos que alegaran tensiones agrarias acumuladas o supuestos abusos de la guerrilla. Es en parte por ello que los paramilitares en La Guajira comandados por alias Pablo, autor material de la masacre y quien sigue libre, son vistos como un ejército de ocupación y jamás como un ejército de liberación.
Según el Informe, a través de la agresión sexual y la mutilación corporal de las mujeres asesinadas los paramilitares buscaron convertir estos actos en un medio para herir el honor de los hombres wayuu ya sea en su masculinidad como en su rol social de guerreros. El papel de las autoridades civiles y militares ha sido el de negar o tergiversar los hechos calificándolos como ancestrales guerras interfamiliares propias de los indígenas. La explicación dada por el paramilitar Jorge 40 y por los altos mandos militares fue la de que se trataba de enfrentamientos entre las autodefensas y la delincuencia común wayuu, estableciendo así una relación causal entre pertenencia étnica y comportamiento delictivo.
Los hechos de Bahía Portete, sin embargo, pueden ser entendidos como la culminación de un proceso histórico de larga duración que busca la incorporación violenta de la población indígena de la Guajira a un orden económico y social basado en una visión uniformizante de colombianidad. Esta incluye la implantación de un modelo cultural de orden patriarcal y autoritario en una sociedad políticamente descentralizada y matrilineal.

Entre la memoria del pasado y la reinvención del presente
El 18 de abril de 2004, mientras el gobierno discutía de paz con los paramilitares en Ralito, Córdoba, al otro lado de la Costa Caribe, a las siete de la mañana entraron a Bahía Portete paramilitares enviados por ‘Jorge 40', 'Chema Bala' y 'Pablo'. Los hombres del pueblo habían salido a pescar y en todo caso, los paras buscaban a unas mujeres con lista en mano.
Primero fueron por Margoth Fince Epinayú, de 70 años. La subieron a una camioneta, la amarraron de brazos y pies, la amenazaron con un hacha y un machete, le dispararon en la cara, y luego, ya muerta, la botaron en un cerro cerca de su casa. Otros paramilitares quemaron la camioneta de su hijo, donde se encontraban dos niñas que aún no se sabe si sobrevivieron. Igual, están desaparecidas.
Margoth era una de las fundadoras de la Asociación Indígena de Autoridades Tradicionales: Akotchikrrawa. Era maestra, intermediaba entre su comunidad y los blancos, preservaba la tradición oral y era dueña de una tienda, una camioneta y algunos animales que le daban un estatus social. Pero sobre todo, Margoth se oponía a una alianza entre la comunidad y los grupos paramilitares en la zona.
Después de Margoth, los paramilitares buscaron a Rosa Fince Uriana, quien también se oponía a la alianza. Junto con su sobrina Reina y su hermana Diana, las llevaron a una loma donde Rosa fue torturada. La decapitaron y cortaron sus senos. Desplazados de Bahía Portete, que trabajaron con el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión de Reparación y Reconciliación que acaba de presentar un informe preliminar sobre cuatro masacres emblemáticas, aseguran que también fueron torturados sus familiares, pero los cuerpos aún continúan desaparecidos. La masacre de Portete es única en el sentido en que las víctimas fueron casi todas mujeres y el informe de la Comisión busca explicar la violencia contra las mujeres a través de él.
Sólo un hombre fue asesinado en esta masacre, se llamaba Rubén Epinayú y tenía 18 años. Lo amarraron a una camioneta y lo arrastraron por la carretera hasta llegar al corregimiento de Nazareth. Tres hombres y tres mujeres más fueron torturados también. Sufrieron estas torturas, a la vista de todos, en lugares importantes para la comunidad como el jaguey, los cerros y el cementerio, donde los paramilitares también profanaron las tumbas.
Los paramilitares no encontraron a otras dos mujeres que buscaban, maestras en la escuela de Bahía Portete. Yeicy Iguarán Fince había salido del pueblo unos días antes, y Isabel Fince Epinayú alcanzó a esconderse antes de que los paramilitares llegaran a la escuela. Se salvaron también las 140 personas que huyeron hacia el mar hasta la isla Amareu apenas se enteraron de la incursión paramilitar y otros que corrieron hacia el monte hasta llegar al comando de Cojoro, frontera con Venezuela y a tres días del pueblo. Bahía Portete quedó vacío. El proceso de paz con los paramilitares continuó en Ralito sin más.
La Memoria de la masacre
Según los testimonios recogidos por el Grupo de Memoria, se fueron los paramilitares, pero no sin antes dejar su versión de los hechos. En varias de las paredes de Bahía Portete dibujaron graffitis con la silueta de mujeres sexualmente abusadas. “Mensajes ofensivos que recordaban las violaciones de las mujeres, el rasgamiento de los senos, el abrir de los vientres”, dijo uno de los testigos a los investigadores.
Los graffitis siguen pintados en las paredes de las casas y en el centro de salud. “Se borran pero vuelven a aparecer, los vuelven a dibujar. Siguen ahí para intimidarnos, para que uno sienta pena, para que uno sienta miedo”, dijo a La Silla Vacía Débora Barros, líder de la organización de Mujeres Tejiendo la Paz, sobrina de dos de las mujeres asesinadas y prima de una de ellas.
Aparecen de nuevo porque los paramilitares, bajo otra sigla, siguen allí y todavía tienen a las mujeres en la mira. En la cultura wayuu, las mujeres son la conexión entre los indígenas y los blancos, y también entre los vivos y los muertos.
Los periódicos no reportaron la masacre sino 20 días después de que ocurriera. Y según el informe de Memoria Histórica, los únicos medios que contaron la versión de las víctimas fueron los venezolanos. En Colombia, los periodistas le dieron voz a los victimarios. En versión libre ante la Fiscalía, ‘Jorge 40’ admitió su responsabilidad en la masacre, pero justificándola al señalar a los habitantes de Bahía Portete de secuestradores y ladrones.
Débora Barros, junto con las organizaciones Waya Wayuu, Fuerza de Mujeres Wayuu, Red de Mujeres del Caribe y Wayuu Munsurrat, se han organizado para reconstruir los hechos y para que sea su versión la que perdure. Todos los aniversarios de la masacre en Bahía Portete, realizan un ritual llamado las Yanamas, en memoria de las personas que murieron ese 18 de abril. Pero, luego, deben devolverse a Riohacha y a Maracaibo. Su seguridad aún está en riesgo.
Un territorio Wayuu, pero una tierra en disputa
Tienen miedo de volver porque por más que ‘Jorge 40’ haya sido extraditado a Estados Unidos y ‘Chema Bala’ esté condenado a 38 años de cárcel, alias ‘Pablo’ no se desmovilizó y aún tiene mucho poder en la zona.
En Bahía Portete el conflicto armado no ha terminado ni existen condiciones para que cese pronto. Portete es un puerto donde el contrabando siempre ha sido una alternativa al poco empleo que hay y donde contrabandistas se aliaron con narcotraficantes regionales para negociar drogas, armas y gasolina.
Las Farc y el ELN tuvieron presencia en la Sierra Nevada de Santa Marta y en la Serranía del Perijá pero nunca alcanzaron a llegar a la Alta Guajira porque en 2002, llegaron los paramilitares a la zona. Y a pesar de que los indígenas de Bahía Portete avisaron sobre las amenazas en su contra, la unidad del Ejército adscrita al Batallón de Cartagena que había sido destinada para patrullar la ranchería, fue retirada días antes de la masacre.
Para los Wayuus no hay duda que allí se aliaron los militares con los paras de la zona, y por eso denuncian al Estado por omisión y complicidad del Ejército. El Gobierno les ha manifestado a estas víctimas que es necesario conciliar porque las cifras que exigen son muy altas. No han llegado a un acuerdo aún.
Las mujeres de Bahía Portete no han querido entrar en el marco de la ley de Justicia y Paz porque les parece “una ley de impunidad” y por esto no han accedido a ningún tipo de reparación.
Para aquellas mujeres indígenas, cuyo cuerpo se convirtió en territorio de guerra, ¿tendrá la Ley de Víctimas que presentará el Gobierno la próxima semana algún consuelo?

Guerreras del desierto: Tejedoras de los hilos de la vida
En la cultura wayuu, la mujer es una figura sagrada. Esta matrona de la casta Epieyu cuelga las mochilas que han tejido en la semana para su comercialización. De esta actividad proviene principal sustento de la familia.
Ellas representan su vida a través de sus tejidos. Generalmente usan tonos contrastantes y figuras geométricas que simbolizan animales, plantas y estrellas. Entre más compleja es la figura, mayor valor tendrá.
Permanece la tradición de vender a las mujeres; no obstante, algunas se oponen a esta costumbre y deciden casarse por amor.
Arpushaina Epieyu lleva en sus manos un totumo con piedra sagrada de color rojo, sustancia que usan para adornar sus rostros y protegerse de los rayos del sol.
Claudia Cecilia, además de vender agua en Uribia, estudia análisis y programación de sistemas. A la vez es docente en Taparaji.
Aleydis Epieyu se encuentra en la etapa de desarrollo. Según la tradición, debe seguir el ritual de encierro para vivir la transición de niña a mujer. En este tiempo aprenderá los valores fundamentales de su cultura y, lo más importante para una mujer: el arte de tejer.
La mujeres son comerciantes por naturaleza, además de vender obras de arte en tejidos hechos a mano, ofrecen piedras con propiedades mágicas para ahuyentar malos espíritus, y medicinas alternativas para la disfunción eréctil y las afecciones de la piel.
La Yonna o baile de la chichamaya consiste en bailar alrededor de un círculo llamado piovi, donde el hombre da vueltas hacia atrás, representando el viento, y la mujer, hacia delante, representando la fuerza. Esta danza tiene una significación simbólica profunda que plantea la lucha de poder entre el hombre y la mujer.
En el desierto, el principal drama que afronta la población es la búsqueda de agua, solo hasta finales de 2010 se puso en marcha el Distrito de Riego.
Claudia Epieyu muestra el interior de su ranchería construida con un techo de zinc, lo que la hace más caliente que el resto de las viviendas.
La Guajira ha vivido siglos de resistencia caracterizándose por ser un territorio de guerreros y guerreras, que en tiempos de la colonia española mantuvieron su hegemonía, y en años recientes han mantenido a la guerrilla a raya. Con la llegada del paramilitarismo, los tiempos han cambiado, el miedo se ha apoderado del lugar.
El contrabando ha sido desbancado por el narcotráfico, y en su nombre se han violado los códigos de la tradición wayuu, han muerto mujeres, niños y ancianos sin razón.
Este es un reportaje gráfico dedicado a las mujeres wayuu, quienes con su temple sacan adelante a sus familias, sirven de mediadoras en los conflictos, y defienden –sin armas y sin guerras– su tierra, sagrada.
Mujer, figura sagrada
En honor a las víctimas fatales de la masacre de Bahía Portete:
Dulys Daza
Martha Fuentes
Jeaneth Pinto
Carmen Dayanna Bula
Olinda Orozco
Carmela Uriana
María Uriana
Margarita Epiayú Ipuana
Emilce López
Tarcisa González
Eira Castro
Mercedes Castro
Dolores Castro
Yasmín Martínez
Dioselina Armenta
Rosa María Loperena
María del Carmen Arias
Claritza González
Rosa Fince
Margoth Fince
Reina Fince
Diana Fince